Susana Gisbert
Ya han acabado las Navidades, han venido los Reyes y Papa Noel y entramos sin solución de continuidad en la etapa siguiente: la fase de cambiar los regalos que no nos gustan, no son de nuestra talla, los tenemos repetidos o, simplemente, y en uso de la picaresca nacional, están mucho más rebajados ahora y por el precio de uno tenemos dos. Porque esta fase viene íntimamente ligada con las rebajas, esa locura colectiva donde una acaba llevándose cosas que no necesita simplemente porque están a buen precio. O ni eso.
Confieso que nunca he sido muy partidaria de cambiar regalos. Me da cómo un no sé qué pensando en el pobre que haya perdido su tiempo buscando algo para mí. Y un no sé cuál, por qué no decirlo, si espera alguna vez verme usando el regalo de marras. Para mí el único cambio permitido era el motivado por la talla. Unido a un enorme cabreo si es que lo que fuera me quedaba pequeño, claro está, que reconozco que he sido capaz de esconder la tripa hasta ponerme cianótica con tal de embutirme en esos pantalones que alguien pensó que eran de mi talla.
Pero más allá de todo eso está el término. Siempre pensé que eso de “descambiar” estaba muy mal dicho, y, pedante que es una, corregía a quien se le ocurriera usarlo a poca confianza que existiera. Añadiendo que, en todo caso, sólo se podría cambiar lo que se ha cambiado antes, esto es, descambiar debería consistir en deshacer el cambio anteriormente hecho. O sea, recuperar el pantalón que me ponía cianótica al abrocharlo y que, en un momento de debilidad, cambié por uno más grande. Lógica pura, ¿no?
Pues resulta que no. Que la RAE ha admitido eso de “descambiar” junto con “amigovios” y alguna perla más. Que dicen que hay que evolucionar, aunque sigan manteniendo la acepción de jueza o de fiscala como “mujer del juez” o “mujer del fiscal”, respectivamente, por más que ellos mismos admitan que está en desuso.
Y a mí me sigue sonando mal, como me sonaba “setiembre” aunque estuviera admitido, y sigo usando la p entre la e y la t como toda la vida. Y reconozco que me sigue dando reparo cambiar los regalos por otros distintos, y soy de las que no sólo finjo estar encantada con todo lo que me obsequian sino que acabo auto convenciéndome de que me gusta, aunque no me favorezca lo más mínimo el tono azulado de la cara al abrocharme ese pantalón tan estrecho que me impide respirar.
Pero ya que no soy capaz de cambiar ni descambiar regalos, propongo otros cambios y descambios. Cambiar por diálogo la hostilidad en la que parece que vivimos, por tolerancia la intransigencia, por amabilidad el enfado, por generosidad el egoísmo, por sonrisas los ceños fruncidos. Y, por supuesto, cambiar la frialdad y la deshumanización de nuestra sociedad por solidaridad. Y ahí sí me apunto. Y admito lo de “descambiar” sin problema ninguno y sin corregir a nadie.
Solo me tienen que decir en qué tienda encontrarlos. Aunque no estén de rabajas. ¿Alguien se apunta?
@gisb_sus
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